Educar, no reprimir
La Danza Oriental se construye fundamentalmente a partir de la improvisación. Es decir, la coreografía la utilizamos como una herramienta de ejercitación y de aprehensión de la técnica, y no como del deber ser que condicione nuestra performance.
En la versión moderna de la Danza Oriental se ha incorporado el concepto de rutina entendida como una sucesión sistemática más o menos estable de pasos y movimientos, donde se reúnen elementos de diverso origen, y cuyo fin último es modelar (no moldear) la interpretación.
A diferencia de las danzas occidentales donde existe una codificación más estricta en cuanto a qué movimientos podemos hacer con cada ritmo musical, en la danza oriental podemos hablar de pautas de ejecución que guían el desarrollo de una performance. Por lo general, el parámetro utilizado para marcar el rumbo a seguir es la música, y mediante los ritmos y particularmente los instrumentos utilizados inducen, sugieren, promueven el desarrollo de la danza en una dirección por sobre otra, pero de ninguna manera coarta la libertad del intérprete.
Lo esencial es conectarse con el propio interior, con las emociones, los estados de ánimo, la energía que se despliega, y en función de todos esos elementos construir el esquema de ejecución.
Las danzas folclóricas de Medio Oriente se basan en la repetición sistemática de uno o dos pasos básicos, y por lo general no más de ello, repetidos infinitamente hasta el final de la ejecución musical, lo que no va en desmedro de su calidad y calidez, sino que acota el repertorio de posibilidades de movimiento.
La codificación de la que hablamos no debe ser interpretada como un mecanismo de represión de los sentidos, sino, por el contrario, como una manera de encausar las emociones en pos de una ejecución y en última instancia, de una comunicación más armónica y fluida.